Andrea Ibarra
Morales
La vida de Ana María Huarte
Introducción
La
biografía es la investigación de una experiencia personal que da cuenta de lo
que es humano, a partir de su estudio se pretenden conocer los pensamientos y
aún los sentimientos de un individuo para dar con la razón última de sus
acciones, pero la biografía no sólo ayuda a comprender una experiencia
personal, sino que también contribuye a explicar el devenir humano desde la
“óptica del actor”.
Los
diarios personales, los diarios de viaje, los documentos judiciales, las
cartas, entrevistas, etc. son algunas de las tantas fuentes con las que un
investigador puede acercarse al conocimiento de la vida de un individuo. Pero
siempre teniendo en consideración que incluso si se tiene una infinidad de
fuentes que traten sobre un personaje es imposible conocer la totalidad de lo
que fue su ser. La pretensión de la biografía, como lo es también de la
historia, no es decir “lo que verdaderamente aconteció”, sino que es ofrecer una
interpretación personal que reflexiona sobre su objeto de estudio para poner en
duda la existencia propia.
Pienso
que al hacer una biografía debemos cuestionarnos por el ser de las personas que
estamos investigando, porque no debemos olvidar, como advierte Roberto
Fernández Castro, “la importancia de nuestro trato con las personas del pasado”,[1] ni que el inicio y el fin
de la historia tiene que ver con nuestra propia vida. Por ello, al acercarnos
al estudio de la vida de un individuo debemos tener presente que como todos los
seres humanos tuvieron que enfrentarse a la realidad con todo y sus fobias,
filias, sentimientos, emociones, ideologías, etc., y con ello también tuvieron
errores y aciertos, es decir debemos tratar las vidas del pasado como vidas, en
este sentido la experiencia propia ayuda a entender otro mundo sólo si se tiene
conciencia de la distancia y la cercanía que tenemos con esas personas del
pasado, e incluso del presente.
El
presente trabajo es el resultado de una investigación dirigida a entender una
experiencia: la vida de Ana María Huarte en Estados Unidos, con el fin de
explicar cómo se enfrentaba un mexicano a una realidad distinta (distinto
idioma, distinta religión, distintas condiciones económicas, políticas sociales
y culturales). Para elaborar este ensayo, se consultó historiografía, cartas,
diarios, libros de viaje y memorias, sin embargo, las noticias de la vida de
Ana María Huarte son escasas; la mayoría de la información que se puede conocer
sobre ella se encuentra dentro de las investigaciones sobre la vida y obra de
Agustín de Iturbide, su marido, y de pequeños relatos que dan un panorama muy
general de la vida de la familia Iturbide en Estados Unidos. La única
biografía, más o menos formal, que se ha escrito de ella es la de Sara
Sefchovich. [2].
La suerte de la consorte:
las esposas de los gobernantes de México. Historia de un olvido y relato de un fracaso, de
Sara Sefchovich[3],
publicado en 1999 por la editorial Océano, rescata la vida de las esposas de
los gobernantes de México desde la primera virreina de la Nueva España hasta
Margarita Zavala. En el apartado “En la dulce penumbra del hogar” Sara
Sefchovich estudia la vida de diversas mujeres, entre ellas la de Ana María
Huarte, que se encontraron inmersas en el proceso de Independencia de la Nueva
España. La autora hace un pequeño estudio de la vida de Ana María Huarte dando
cuenta de la fecha de su nacimiento, boda, exilio y de su muerte, además de que
hace una descripción del físico de la biografiada, sin embargo la vida de Ana
María Huarte palidece, en este estudio, ante la figura de Isidro Huarte,
Agustín de Iturbide y Ángel de Iturbide y Green.
Sin
embargo, pese a la escasez de fuentes que abordan la biografía de Ana María
Huarte de forma más profunda, se ha podido hacer una interpretación de la
información hallada para plantear la idea de que, la vida de Ana María Huarte,
como la de muchos mexicanos que se vieron obligados a vivir en el extranjero
durante el siglo xix, en Estados
Unidos se vio marcada por la pretensión de encontrar en dicho país el estilo de
vida más parecido al que tenían en México.
Ana María Huarte
En
el seno de una de las familias más acomodadas de la Nueva España, los Huarte Muñiz,
el 17 de enero de 1786 nació Ana María Josefa Ramona de Huarte y Muñiz en
Valladolid. Su padre, Isidro Huarte Arrivillaga, era un español acaudalado comerciante
y terrateniente que fungió como intendente de Valladolid y su madre fue Ana Manuela
Muñiz Sánchez de Tagle quien era miembro también de una familia de gran
importancia en Michoacán. Su educación se llevó a cabo en el Colegio de Santa
Rosa María[4], fundado en 1743 en
Valladolid, cuya principal área educativa era la enseñanza de la música pero que
estaba ligada esencialmente con la enseñanza de la doctrina religiosa católica.
La comunidad femenina que captaba el Colegio era fundamentalmente aquel que
pertenecía a las clases más altas, aunque estaba dirigido a la educación de las
niñas de todos los sectores que tuvieran la intención de estudiar[5].
En
este colegio se iban a formar las hijas de las familias más ricas de
Valladolid, los sábados en el balcón de la planta baja del colegio salían a
lucirse las alumnas internas y llegaban los mozos aristócratas de la región,
entre los que se encontraban también los miembros del regimiento de Michoacán.
Posiblemente Agustín de Iturbide era uno de los jóvenes que iban a tratar de
cruzar alguna mirada con las alumnas del Colegio de Santa Rosa.
A
partir de esas visitas los sábados al Colegio de Santa Rosa Agustín de Iturbide
se enamoró de Ana María Huarte, quien era una joven:
[…] con rostro de madona y ‘brazos
blanquísimos y redondos como dos flanes de leche’, lo que mucho gustaba en ese
entonces porque respondía al ideal europeo que tanto se admiraba aquí[6]
El 27 de Febrero los dos jóvenes criollos,
Ana María Huarte y Agustín de Iturbide, contrajeron matrimonio[7], sacramento administrado
por el arce deán de la Catedral de Valladolid. Ana María se casó[8] a los 19 años de edad,
según el certificado de matrimonio, para esas fechas su madre ya había muerto y
su padre ya había contraído por tercera ocasión matrimonio. Al día siguiente de
la boda se llevó a cabo una misa nupcial en el oratorio de la casa de la joven
pareja.
La
dote que aportaba Ana María era de cien mil pesos además de incluir joyas, se
considera que a partir del dinero otorgado por la joven Agustín de Iturbide
pudo adquirir la hacienda de San José de Apeo valorada en más de noventa mil
pesos.[9] Durante su matrimonio con
Agustín de Iturbide tuvo diez hijos[10]. La mayor parte de su
matrimonio se situó durante un periodo de inestabilidad política y social
derivado de la guerra de Independencia en la que su marido participó
activamente, siendo el principal responsable de la consumación de ésta. Al
finalizar la guerra se sentaron las bases para la construcción de un nuevo
gobierno encabezado por él, siendo nombrado Emperador de México el 21 de julio
de 1822 y Ana María Huarte primera Emperatriz de México, sin embargo el
gobierno de su marido sólo duró dos años, provocando el exilio de la familia
Iturbide.
La muerte del Emperador
El
22 de marzo de 1823 Agustín Iturbide, consumador de la independencia de la
Nueva España y primer emperador de México, zarpó junto con su familia hacia
Italia. Su partida al extranjero se debió a que en 1824 el Congreso declaró
fuera de la ley al Imperio y prohibió la estancia de Iturbide en el territorio
mexicano.
Los
embates de la guerra afectaron la posibilidad de que el Primer Imperio tuviera
una larga vida, debido a que las pugnas que existían entre la diferentes
facciones, que emergieron de la lucha por la Independencia, se renovaran y
provocaran que el 2 de diciembre el brigadier Antonio López de Santa Anna
desconociera el gobierno imperial y exigiera la restauración del congreso y el
establecimiento de un gobierno republicano. A pesar de que los llamados a la
estructuración de una nueva forma de gobierno de Santa Anna no tuvieron tanto
éxito, si provocaron que algunas sociedades secretas armaran una coalición
entre las tropas enviadas a combatir al Emperador, lo que produjo la
consolidación del Plan de Casa Mata que exigía la elección de un nuevo
congreso, reconociendo la autoridad de las diputaciones provinciales.
Las
aspiraciones de Iturbide en el gobierno mexicano no terminaron con su exilio, a
partir de su partida a Europa se inició para él una fase en la que México se
convertiría en obsesión. Al instalarse, junto con su familia, en una casa de
campo perteneciente a la princesa Paulina Bonaparte en Liorna, Italia, se dio a
la tarea de hallar los argumentos para reivindicar su imagen, al mismo tiempo
que, buscaba justificarse ante sus compatriotas y encontrar la forma de
reintegrarse a la vida política de México. Este último propósito se vio
beneficiado ya que, durante su estancia en Europa, estuvo bien informado del
caos político, económico y social que se vivía en México. Recibía comunicados
que explicaban los acontecimientos que ocurrían en México y que lo incitaban a
regresar con el fin de que arreglara el caos político que imperaba.
Iturbide,
recibía cada vez más cartas provenientes de sus partidarios en México que lo
instaban a volver. Al respecto Laura B. de Suárez considera que, sí Iturbide
tenía en mente la idea de regresar a México las propuestas de sus amigos y
partidarios fortalecieron su deseo de volver.[11] En tanto buscaba los
medios y las condiciones más favorables para su regreso, el ex emperador vivía
una precaria situación en Europa; La Santa Alianza y Fernando vii no veían con buenos ojos su estancia
en Italia, es posible que está animadversión obligará a Iturbide y a su familia
a trasladarse a un sitio donde tuvieran una mayor certeza de que estarían
seguros. El 31 de diciembre de 1823 llegó a Gran Bretaña, allí pudo concretar
una fecha para su viaje de vuelta a México.
Entre
tanto, en México, al tener noticia del trasladó de la familia Iturbide a Gran
Bretaña, se empezó a levantar el revuelo, el gobierno tomó sus medidas para
evitar que intentasen volver al país, entre ellas se le suspendió la pensión
que se le había otorgado y lo declararon fuera de la ley. La disposición, que
data el 3 de abril de 1824, ordenó también que sí pisaba suelo nacional estaba
condenado automáticamente al fusilamiento. Ignorando tal situación, El 11 de
mayo junto con su familia se embarcó en el bergantín “Spring” desde Southampton
hacia México. Durante su viaje, Agustín de Iturbide escribió su testamento el
12 de julio, en él declaró herederos a sus padres y a sus hijos, como tutora de
los más pequeños nombró a su esposa Ana María Huarte y como albaceas a Juan
Gómez Navarrete, Nicolás Carrillo y José Antonio López.
Al
desembarcar el 15 de julio de 1824 fue hecho prisionero y cuatro días después,
el 19 de julio de 1824, Agustín de Iturbide fue fusilado en la Villa de Padilla
en Tamaulipas. Antes de morir le escribió a su esposa:
La legislatura va a cometer en mi persona el crimen más injustificado.
Dentro de pocos momentos habré dejado de existir y quiero dejarte en estos renglones
para ti y para mis hijos todos mis pensamientos, todos mis afectos. Cuando des
a mis hijos el último adiós de su padre, les dirás que muero buscando el bien
de mí adorada patria. Huyendo del suelo que nos vio nacer, y donde nos unimos,
busca una tierra no proscrita donde puedas educar a nuestros hijos en la
religión que profesaron nuestros padres. El señor Lara queda encargado de poner
en buenas manos, para que los recibas, mi reloj y mi rosario, única herencia
que constituye el recuerdo de tu infortunado.[12]
Verónica
Zárate Toscano, apunta el testimonio del general Felipe de la Garza, quien
estuvo a cargo del fusilamiento de Iturbide, en el que señala que:
Llegando al suplicio se
dirigió al pueblo: “Mexicanos: en el acto de mi muerte os recomiendo el amor a
la patria, y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os a de
conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso porque
muero entre vosotros. Muero con honor; no
como traidor [sic.]; no quedará a
mis hijos y a su posteridad esta mancha; no
soy traidor; no [sic.]. Guardad subordinación y prestad obediencia a
vuestros jefes. Que haciendo lo que ellos mandan, cumpliréis con Dios.” Besó al
Santo Cristo y murió al rumor de la descarga.[13]
Las
aspiraciones de él y de sus partidarios de volver al trono se habían cortado de
tajo, y el destino de su familia, en gran medida, dependía del gobierno en
turno. Se proponía enviar a su familia a Colombia, pero a falta de un barco que
los llevara a ese destino se embarcaron con rumbo a Nueva Orleans.
La vida en Estados Unidos, 1824-1861
Diecinueve
años atrás, en 1805, Ana María Huarte no hubiera imaginado que al casarse con
Agustín de Iturbide su vida se vería directamente afectada por los
acontecimientos que configurarían el inicio de la vida de una nueva nación, y
que en 1824 ella y sus hijos se verían condenados a la vida en el exilio.
Cuando
Ana María Huarte recibió la noticia de la muerte de su esposo estaba embarazada
de su décimo hijo. Ella espero la decisión de la Asamblea sobre su futuro y el
de sus hijos en el bergantín “Spring”, finalmente se solucionó que ella debía
partir junto con su familia a Colombia, además de que recibiría una pensión de
$8000 anuales. Sin embargo no pudieron encontrar un transporte que los llevara
hacia Colombia en esos días por lo que se les permitió trasladarse rumbo a
Nueva Orleans, por lo que Estados Unidos se convirtió en el lugar donde
residiría hasta el día de su muerte, en este lugar nació su último hijo Agustín
Cosme Iturbide Huarte en Octubre de 1824. Ana María partía hacia un país que
parecía completamente distinto al que había forjado, en cierta medida su
marido.
La
suerte de Ana María como una mujer viuda ya no era tan extraña en el caótico
siglo xix, al igual que muchas
mujeres tuvo que enfrentarse a la vida sin sus maridos, que les fueron arrebatados
principalmente por las continuas batallas producidas por la inestabilidad
política, social y económica que se vivía en México. Ser viudas les planteaba
nuevas situaciones en la que tal vez pensaron que nunca se encontrarían, pero
también les concedía la oportunidad de tener una mayor movilidad social al
tener la posibilidad de trabajar o de administrar por sí solas sus bienes. Las
mujeres viudas tenían más posibilidades de vida que las solteras, “dejadas” o
marginadas, porque su condición era socialmente aceptada.
Las
viudas recibían los bienes adquiridos por ellas y sus cónyuges durante el
matrimonio, y también se apropiaban de los bienes del maridos que quedaban a su
cargo y administración, a excepción de la porción de bienes que correspondían a
los hijos, Ana María Huarte tuvo mayor libertad de decisión sobre qué iba a
hacer con su pensión anual y con la crianza de sus hijos, sin embargo no buscó
otros medios para conseguir más recursos, porque además de la pensión que
recibía anualmente no hay noticia de que tuviera otra fuente de recursos.
Ana
María Huarte vivió junto con su hijo menor en Nueva Orleans mientras que su
demás hijos estaban internados en distintos colegios de Estados Unidos,
posteriormente se mudó con él a una residencia en Georgetown a las afueras de Washington.
Se sabe que en el convento de la Visitación en Georgetown, donde existen
distintos retratos familiares de Ana María Huarte, lugar donde su hija Juana
profesó, la emperatriz pasó la mayor parte de su tiempo libre debido a que se
le otorgó una celda, un lugar en el coro y en el refectorio.
Ana
María nunca tuvo una mirada acrítica de los procesos que le tocaron presenciar
de forma directa, es posible que incluso cuando era emperatriz se hiciera cargo
de organizar la vida social de la corte como antaño se habían encargado las
virreinas de Nueva España, el único testimonio dejado directamente por ella se
refiere a esta actitud que tiene frente las condiciones que tuvo que
experimentar.
Este
testimonio son dos cartas firmadas por ella en marzo de 1833 al poder
legislativo de la época, que tenían el propósito en primera instancia de
manifestar sus inconformidades a la situación de su familia en el exilio y en
segundo plano como agradecimiento por el aumento de la cantidad de su pensión
anual.
En
la primera de ellas expresa que:
La idea de nuestra
separación [del país] era una medida política y necesaria para que la Nación se
constituyese pacífica y sólidamente […] Hizo [sic.] estos sacrificios en las
aras de la Patria, pero nunca ha sido su intención prolongarlo más del tiempo
indispensable.[14]
Con
estas palabras Ana María reconocía que sus hijos habían sido educados en su
casa y en sus colegios con el dogma católico y con ideas democráticas que les
impedían regresar al país para remover los ánimos de los seguidores más
aferrados de su padre con el fin de tratar de reestablecer el Imperio, y con
ello tenía la intención de que se permitiera que ella y su familia pudieran
regresar a vivir a México, con este propósito incluso afirmó que “desea[ba] que
se conserve el sistema actual de la República, que ama la paz y el órden
público y que por su parte jamás habrá ocasión de que se perturbe en lo más
mínimo”[15].
En
esa década de los años treinta del siglo xix
se concedió que la familia Iturbide pudiera regresar a vivir al país, pero Ana
María a pesar de haber expresado sus deseos de volver nunca regresó. Durante
este período Lorenzo de Zavala visitó a la familia Iturbide, y refirió que, Ana
María Huarte había conseguido cosechar frutos de su vida en el exilio debido a
que logró que sus hijos e hijas recibieran una educación acorde “a la
civilización del país […] y han aumentado las gracias de su sexo con las
ventajas de la cultura del espíritu y con las perfecciones físicas de la
educación material”.[16]
Alrededor
de 1934, Rafael Reynal describe que se podía observar a Ana María Huarte en los
eventos sociales que había en Washington y que al mismo tiempo sentía nostalgia
por la tierra que la vio nacer y en la que formó una familia con su amado
Agustín, como el siguiente pasaje donde describe la impresión que tuvo la
emperatriz al ver una pintura de la Ciudad de México expuesta en esa ciudad:
En el curso de la conversación, Mr.
Bullock que supo que yo era mexicano me refirió: que cuando manifestó su
panorama en la ciudad de Washington la Señora Yturbide [sic.] había estado ha
[sic.] visitarlo; y que habiéndolo visto la calle de Plateros señalándola, dijo
a sus hijas: arriba está la calle de San Francisco. Dio a continuación un
prolongado suspiro, é inclinando la cabeza hacia el suelo, se sentó, y
permaneció en aquella postura por mas [sic.] de una hora entregada á las mas [sic.]
profundas meditaciones.[17]
Posteriormente
Ana María se mudó con sus hijas a Filadelfia. Durante su residencia en esta
ciudad debió tener una vida más precaria porque a partir de 1847 el gobierno de
México deja de darle la pensión anual, lo que la motivó a exigir sus derechos
ante el presidente de Estados Unidos, James Polk, quien refirió en su diario
que la antigua emperatriz era una persona interesante, que no sabía hablar
inglés y que tampoco tenía la certeza de poder arreglar su situación económica
debido a la guerra que tenían las dos naciones.[18]
Durante
su residencia en Estados Unidos Ana María Huarte sufrió la pérdida de cuatro de
sus hijos, en 1828 muere su hija Juana María Iturbide Huarte, el 10 de julio de
1849 muere su hija María de Jesús Iturbide Huarte, en 1853 muere su hijo Felipe
Iturbide Huarte y el 7 de junio de 1856 muere su hijo Salvador María Iturbide
Huarte.
Ana
María murió el 21 de marzo de 1861 a los 75 años en Filadelfia, Estados Unidos,
a causa de hidropesía. Estuvo rodeada de sus hijos Sabina, Josefa y Agustín
Cosme, quien le mandó una carta a su hermano Ángel que puede darnos una idea
general del entierro de nuestra biografiada (cuyos restos se encuentran en el
cementerio de la Iglesia de San Juan Evangelista, lejos de su marido cuyos
restos descansan en la Catedral de la Ciudad de México):
Muy
decente y muy callado, se hizo todo como sin duda ella hubiera deseado. El
doctor Peace se encargó de todo y además, este buen amigo de la familia, porque
no puede dársele otro nombre, nos ha franqueado el dinero para pagar los gastos
del entierro, para hacernos el luto, etc., pues creerás que nuestra mamá sólo
dejó un peso y cinco centavos, con lo cual se le dijeron dos misas. En el banco
mamá tenía ocho acciones y algunas alhajas están guardadas hasta que ustedes
lleguen, pues mamá no dejó testamento, por eso nada se ha tocado hasta saber el
parecer de ustedes. Te incluyo una trenza de mamacita; es grande por si Agustín
Jerónimo quisiera un pedacito.[19]
La
vida de Ana María Huarte estuvo emparejada de dos contextos fundacionales en la
historia de México, las reformas borbónicas que causaron un desarrollo
económico que el territorio mexicano actual no volvió a alcanzar hasta la
llegada de Porfirio Díaz al poder pero que al mismo tiempo generaron una serie
de procesos búsqueda de identidad entre los sectores criollos que en parte
dirigieron la Independencia de México, está como el segundo proceso que se
mantuvo como el escenario principal en la vida de la primera emperatriz de
México, quien a pesar de no ser una participante activa en dicho proceso sufrió
sus consecuencias de una forma impactante.
Conclusiones
México
y Estados Unidos separados por vastos territorios, habían pertenecido a dos
distintas y antagónicas potencias europeas, con culturas, religiones, modos de
vida y formas de organización social y política muy diferentes.[20] Entre 1790 y 1860,
Estados Unidos experimentó una crecimiento demográfico espectacular, la
población ascendió de 3.9 millones de habitantes en 1790 a 31.4 millones en
1860.[21] Así mismo, la economía
tuvo un desarrollo acelerado como consecuencia de las condiciones
internacionales, la expansión del mercado interno y de la construcción de
ferrocarriles y canales. En gran medida, todos estos cambios se favorecieron
por el constante movimiento de la población hacia el oeste, producto de una
deliberada política expansionista de algunos gobiernos.
Frente
a estas condiciones, México recién fundado vivió un caos que fue característico
de casi todo el siglo xix, la
caída del Primer Imperio sólo fue un síntoma de la enfermedad política y
económica que vivió la población mexicana que buscaba consolidar un Estado
fuerte. La Independencia de Texas, su posterior anexión a Estados Unidos, y la
guerra que pelearían México y Estados Unidos en 1846 marcarían las futuras
relaciones entre ambos países, no sólo se harían más grandes las distancias en
el terreno político y económico, sino que también se harían más notorias las
diferencias que existen entre uno y otro país.
La
vida de Ana María Huarte estuvo marcada por estas diferencias debido a que,
desde mi punto de vista, ella intento trasladar el estilo de vida que tenía en
México, tal vez no como emperatriz pero si como una mujer dedicada a la
religión y sus deberes como madre. Ella no aprendió a hablar inglés y gran
parte de su vida en Estados Unidos se desarrolló entre las paredes de los
conventos en los que profesaban sus hijas. De igual forma, ella pidió al
gobierno mexicano que se le eximiera su castigo y le permitieran regresar a
México, sin embargo una vez logrado este cometido nunca volvió, posiblemente
por los peligros que significaba vivir en el país durante el siglo xix y a la estabilidad que le brindaba
la vida en los Estados Unidos.
Ana
María Huarte fue una mujer de su tiempo, su vida se vio fuertemente involucrado
en los procesos que dieron rumbo a la liberación de la Nueva España y a la
conformación de un primer Estado mexicano, sin embargo ello también le planteó
la posibilidad de actuar con mayor libertad, sin duda la pregunta sería
entonces ¿ella se sintió agradecida por esta libertad? A partir de mi
investigación podría responder que Ana María nunca pensó que se iba a tener que
enfrentar al rol de madre soltera en grandes períodos de su vida, tal vez no lo
deseo, pero fijó este rumbo hacia una crianza tradicional, en la que la
religión fue el aspecto más importante de su vida.
Fuentes documentales
Fuentes primarias
Huarte
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del excelentísimo señor Don Agustín de Iturbide ha dirigido al supremo pode
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[1] Roberto Fernández Castro. “Los
retratos del general y la imagen del presidente”. En BiCentenario. Núm. 20. México. 2013.
[2] Otras biografías que se pueden
encontrar sobre Ana María Huarte se encuentran en diversos blogs y páginas de
internet, sin embargo todas ellas repiten la información que está en Wikipedia
y en la página de la Casa imperial de México.
[3] Sara Sefchovich es una novelista,
historiadora y socióloga mexicana que actualmente trabaja en el Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM. “En la dulce penumbra del hogar”, La suerte de la consorte: las esposas de los
gobernantes de México. Historia de un olvido y relato de un fracaso, México,
Océano, 1999.
[5] Ma. Guadalupe Cedeño Peguero, “El
reglamento de la escuela del Colegio de Santa Rosa María de Morelia”, en Tzintzun.
Revista de estudios históricos, núm. 22, Morelia, 1995.
[6] Sara Sefchovich, ob. cit, p. 63.
[7] Ana María Huarte de Iturbide y su
esposo Agustín de Iturbide, Ibíd., p. 67.
[8] Partida de matrimonio de Ana María
Huarte y Agustín de Iturbide. Sergio Antonio Corona, “Los Iturbide-Huarte y sus
descendientes”, En Mensajero. Torreón,
núm. 190, Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana
de Torreón, 2014, p. 2.
[9]
También se considera que a lo
largo del matrimonio entre Ana María y Agustín, Isidro Huarte proporcionó
dinero a la pareja.
[10]Agustín Jerónimo Iturbide Huarte, Sabina Iturbide Huarte, Juana María Iturbide Huarte, Josefa Iturbide Huarte, Ángel Iturbide Huarte, María de Jesús Iturbide Huarte, María de los Dolores Iturbide Huarte, Salvador María Iturbide Huarte, Felipe Iturbide Huarte y
Agustín Cosme Iturbide Huarte
[11]
Laura B. Suárez de la Torre,
“Prólogo”, en Agustín de Iturbide, Manifiesto
al mundo o sean apuntes para la historia, México, Fideicomiso
Teixidor/Libros del Umbral, 2001, p. 14.
[12]
Casa imperial, “El
Emperador Agustín”, http://www.casaimperial.org/introduction_es.htm, Consultado
el 01 de diciembre de 2015.
[13]
Verónica Zárate Toscano, “Agustín
de Iturbide entre la memoria y el olvido”, en Secuencia, núm. 28, 1994, p. 8.
[14] Ana María Huarte, Representaciones que la viuda del
excelentísimo don Agustín de Iturbide a dirigido al supremo poder legislativo de
los Estados Unidos Mexicanos, México,
Imprenta del Águila, núm. 6, 1833, p. 1.
[16]
Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos del Norte de
América, con una noticia de sus escritos de D. Justo Sierra, Mérida,
Yucatán, Imprenta de Castillo y Compañía, 1846, p. 206.
[17]
Rafael Reynal, Viage por los Estados Unidos del Norte,
dedicado a los jóvenes mexicanos de ambos secsos. Impreso por E. Deming,
1834, p. 68.
[18]
James K. Polk, “Thursday,
17th february, 1848”, en The Diary of
James K. Polk During his Presidency, 1845 to 1849, edición y notas de Milo
Milton Quaife, introducción de Andrew Cunnigham McLaughlin, vol. I-III,
Chicago, Chicago University Press, 1910.
[19]
Casa imperial, ob. cit.
[20]
Virginia Guedea y Jaime E.
Rodríguez O., “De cómo se iniciaron las relaciones entre México y Estados
Unidos”, en María Esther Schumacher (comp.), Mitos en las relaciones México-Estados Unidos, México, Fondo de
Cultura Económica/Secretaría de Relaciones Exteriores, 1994, p. 12.
[21]
Jesús Velasco Márquez,
“Visión panorámica de la historia de los Estados Unidos”, en Rafael Fernández
de Castro y Hazel Blackmore (coords.), ¿Qué
es Estados Unidos?, México, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 40.